What up everyone. Well I still don't really have like a proper story to showcase so instead I figured I'd give posting this one shot a shot.
There's one big caveat though...it's in Spanish. Yeah, I'm probably nuts for posting this here because I specifically wrote it to practice writing in Spanish (my birth language!) but well, if anyone understand it and wants to give it a shot...give it a shot (?)
Mi cabeza gira, mis ojos miran a mí alrededor, a ese cuarto tan familiar y nostálgico. El ocaso desciende por la ventana, marcando una sombra que rodea el cuarto como un manto de oscuridad. Mi sombra no se refleja.
¿Por qué habría de estarlo?
Estiro la mano. Se siente pesada-como si tuviera una pesa atada a mi brazo-pero logro levantarla y alcanzar la foto posada en el escritorio, uno de madera que me regalo mi padre cuando tenía dieciséis años. En aquel entonces estaba pasando por su fase de carpintero, recuerdo que estuvo dos semanas trabajando como loco en el cobertizo de atrás, tratando de que la madera quedara a su merced. Nunca le dije lo incomoda que se sentía o las veces que mi piel se rosaba con las astillas rezagadas, no quería hacerlo sentir mal e igual me gustaba la idea que lo había hecho por mí.
Luego mi atención se dirige hacia la foto, aun en su marco plástico pintado en ese rosado chillón que siempre odie pero que a mi hermana le parecía gracioso. En ella estamos los tres, mi padre, mi hermana y yo. Puedo sentir mi boca decaer cuando detallo la imagen. En ese entonces mi papa todavía tenía su barba, marrón como su cabello, cubriendo su cara. Recuerdo que mi hermana y yo lo molestábamos mucho porque nos daba picazón cuando nos besaba la mejilla.
No puedo evitar detallar a mi hermana, con sus ojos castaños como los míos y hasta el mismo color castaño de pelo. La gente solía decir que éramos como gemelas-a pesar de tener dos años de diferencia- aunque su cabello siempre fue un tono más claro, un detalle que repetía como cotorro cuando era pequeña.
Todavía puedo recordarlo. El día que estábamos en el patio y mama decidió que quería tomarnos la foto. Siempre fue una amante de las cámaras antiguas y hasta tenía su propia colección, decía que lo que le gustaba de las cámaras tradicionales, algo que los teléfonos no podían replicar, era el sentimiento de captar una imagen de forma real, sin ninguna limitación. Siempre pensé que era algo excesivamente poético viniendo de alguien que término siendo oficinista.
-Oye papa, voy a revisar el cuarto de Mari- Puedo escuchar su voz desde el piso de abajo. Es mi hermana, Alice. Escucharla hace que me ponga tensa, mis oídos reaccionando y agudizándose a sus pasos con cada crujido de los escalones.
Puedo sentir cuando llega hasta la puerta de la habitación, la madera de roble siendo lo único que se interpone entre nosotros. Me quedo quieta, aun cuando la puerta se abre y puedo verla entrar. Ha cambiado comparada con la foto. Antes su cabeza apenas me llegaba a la barbilla, pero ahora tiene mi misma estatura, haciendo que nos parezcamos aún más.
Cambio su peinado, ya no es esa melena de cabello que tenía que atarse en una coleta para poder jugar softball. Ahora tiene el pelo tan corto que apenas le llega al cuello y lo que más resalta de ella son los mechones pintados de verde hacia el lado izquierdo, el contraste entre ambos dándole una pinta de rebeldía. Siempre le gusto hacerse la fuerte aunque en realidad era la más sensible de las dos.
Le da una ojeada al cuarto cuando entra, como si estuviera buscando algo en específico. Debo admitir que el cuarto está prácticamente vacío. Aparte de mi escritorio, mi cama y mi estante el cuarto estaba inhóspito.
-Oh, aquí esta- la escucho hablar después de un segundo. Se acerca hacia el escritorio y hasta mí. La puedo ver más claramente con cada paso que da.
Le quiero decir algo, la quiero abrazar.
Pero su cuerpo se sobrepone sobre el mío, me atraviesa como si estuviera pasando por aire, como si no estuviera aquí. Pero lo estoy.
Solo que ella no lo sabe.
Se queda parada frente al escritorio, justo al lado de mí. Sus ojos están posados sobre el retrato mientras su expresión se diluye. Con ojos solapados estira su mano para agarrar el retrato, mientras que yo trato lo más fuerte que puedo de no gritar.
Yo sé que no importa si grito, no me oirá por más fuerte que lo haga. Pero no puedo darme el lujo de sentir esa frustración otra vez, de sentir que soy nada más un recuerdo para ella. Esa ira, ese rencor hacia el destino, he luchado por dejarlo atrás, por conformarme con verla a ella y papa de lejos.
En ese momento vuelvo a escuchar las pisadas afuera, y sin mucho preámbulo veo a mi papa entrar. Se ve prácticamente igual, aunque ahora tiene más arrugas, algunos pelos grises y se ha dejado crecer más la barba. Me muerdo el labio de abajo, con tanta fuerza que si estuviera viva probablemente estaría sangrando.
-Que buscas Alice?- Mi papa pregunta apenas entra y sus ojos recaen sobre mi hermana sosteniendo el retrato. Su expresión refleja la de ella, puedo hasta notar una pisca de remordimiento en ella. –Oh…disculpa, creí que había empacado todas sus cosas, hasta guarde sus medallas de atletismo ya-.
-Está bien, igual me la quiero llevar yo- Alice responde sacudiendo su cabeza. –A Mari le gustaba mucho este retrato…mama todavía estaba con nosotros en ese entonces-. El tono de su voz es bajo pero desgarrante, y puedo notar como papa se pone nervioso al escucharla. Nunca fue bueno lidiando con situaciones como estas, veo que todavía no ha cambiado eso.
Al final logra calmarse y reposa su mano en el hombro de Alice. –Tienes razón, hija- Sus ojos giran alrededor de la habitación, estoy segura que hasta palpitan un poco, como si estuviera tratando de no llorar. –Y pensar que ya han pasado dos años desde el accidente-.
Es verdad. Dos años. De verdad había perdido la noción del tiempo. Ya tengo dos años deambulando en esta casa, viéndolos desde lejos y conformándome con eso.
Pero ahora se van a ir, le dirán adiós a esta casa justo como le dijeron adiós a mama y a mí.
Igual sé que lo mejor para ellos es superarlo, sé que si los sigo a donde van solamente sería un espíritu ambulante, que mi presencia de alguna forma les impediría progresar. Quiero decir ¿Mama nos dejó progresar cierto? No recuerdo haberla visto rondando por esta casa como yo.
-Ya deberíamos irnos- escucho a papa decir mientras desliza su mano lentamente del hombro de mi hermana. –¿Te espero abajo?-
-Sí. Solo dame un minuto más- Alice responde y sin mucho titubeo mi papa procede a salir del cuarto, dejándola-dejándonos- en mi antigua habitación. La luz del atardecer sigue marcando su sombra. Se queda quieta, dudosa, como si todavía estuviera desafeando la idea de desprenderse.
Los segundos transcurren como horas en mi mente, puedo registrar cada detalle de su rostro. El tinte de rojo en sus ojos, las lágrimas que lentamente aparecen a los lados, la forma en que su cara se arruga como si estuviera tratando de impedir que algo que no deba salir salga. Sus labios, tan temblorosos como un edificio durante un terremoto.
Viendo eso, el cómo mi hermana menor estaba lentamente quebrándose, no podía evitar decir algo, aun si fuera en vano.
-Lo siento, Alice-
Algo paso en ese momento. Su cabeza se levantó, las lágrimas amontonadas en sus ojos derramándose inadvertidamente, y luego se voltio hacia donde estaba. ¿Me escucho?
¿Acaso puede verme?
No digo nada más, solo me quedo ahí esperando, esperando a que diga algo. Tal vez si me ve, tal vez por fin pueda hablar con ella, tal vez podamos ser hermanas otra vez.
La esperanza surge en mí, por fin, por fin tendré una oportunidad de estar con ellos otra vez.
Pero, así como surgió esa esperanza, rápidamente vuelve a desvanecerse. Alice suelta un suspiro y se vuelve a voltear.
No me ha visto, tal vez me escucho.
Tal vez me pueda volver a escuchar
-Alice!- grito desde lo más profundo de mi ser, rezándole a lo que sea que este viéndonos desde lejos que la permita escucharme. Pero no pasa, no se inmuta ante mis plegarias.
-Te odio.- la escucho murmurar y por un segundo pienso que me ha escuchado otra vez. Sin embargo, me doy cuenta que sigue mirando nuestra foto. –Siempre tenías que hacer las cosas a tu manera. ¿No podías si quiera tener una muerte normal cierto? Tenías que abandonarnos de esa forma-. Sus palabras me desgarran por dentro. Quiero poder hablar con ella, quiero hacerla sentir mejor, decirle que lamentaba haber salido ese día, que no debí haber discutido con ella.
-Y lo peor…lo peor es que nunca podre disculparme contigo-. Su voz susurra hacia la foto, lagrimas corriendo libremente a lo largo de sus mejillas. –No podremos volver a hablar, no me veras casarme, no estarás ahí para molestarme cuando no haga las cosas. Me ha costado mucho tener que seguir adelante y todo por tu culpa-.
Escuchando sus palabras puedo sentir un nudo en la garganta, no, por todo mi cuerpo. Estar inerte me llena de ira y frustración aún más.
Pero luego, Alice hace algo que no me esperaba. Lentamente pone la foto devuelta en el escritorio y se pasa las manos por los ojos para secarse las lágrimas. Su mirada no deja el retrato, pero ahora es diferente, como si estuviera deliberando algo.
-Aun así, por mucho que te extrañe, sé que tengo que seguir adelante-. Murmura con la voz baja, casi silenciosa, como si ella misma estuviera tratando de forzarse a tomar esta decisión. –Todos me lo dicen. Papa, mi terapeuta, ah tengo una terapeuta ¿no te lo he dicho? Y bueno, tal vez sea hora de que les haga caso-.
Y así, con un último roce de sus dedos por la foto, Alice se voltea y empieza a caminar por la puerta, atravesando mi cuerpo una vez más.
Ahí me di cuenta, viendo el retrato en el escritorio, de que de verdad se estaba despidiendo de mí. El nudo en mi pecho se aprieta. Sin pensarlo me volteo, mano estirada hacia su figura que lentamente se aleja. Quiero alcanzarla, quiero poder decirle algo, que me vea una vez más.
Pero sé que no puedo. En ese momento, cuando la tenía tan cerca que podía tocarla, mi mano se retrae y me quedo mirando su espalda, lagrimas corriendo por mis ojos. Ella está tratando de seguir adelante.
¿Quién soy yo para aferrarme a ella?
Alice posiciona su mano en la puerta y se voltea hacia mí, o más bien hacia lo que queda de mí, otra vez. –Te quiero, María. Juro que jamás te olvidare-.
La puerta se empieza a cerrar, lenta-casi que infinita-mente. Las memorias surgen en mi como un torrente de agua imparable, los días felices y tristes, las peleas y reconciliaciones, los momentos que creí que nunca se acabarían.
Recuerdos que, con el crujido de esa puerta de madera tan familiar, se acabaron.
Estaba sola en mi vieja habitación, mi única acompañante siendo el retrato que tanto anhelaba.
Era hora de que yo también siguiera adelante, aun con esa incertidumbre que lentamente me rodeaba. Sabía que tenía que seguir, por mí y por ellos.
-Yo tampoco te olvidare, hermanita.- Murmuro mientras las lágrimas siguen deslizándose de mis ojos. –Te quiero-.
Cuando digo esas palabras es como si un peso se me quitara de encima, como si ahora todo tuviera sentido. El cuarto a mí alrededor empieza a desaparecer y me llena la tranquilidad.
Y así por fin puedo decir adiós.
There's one big caveat though...it's in Spanish. Yeah, I'm probably nuts for posting this here because I specifically wrote it to practice writing in Spanish (my birth language!) but well, if anyone understand it and wants to give it a shot...give it a shot (?)
Heavy focus on grief and death
Hopefully you'll cry but if that's not something you want that's fine.
Hopefully you'll cry but if that's not something you want that's fine.
Mi cabeza gira, mis ojos miran a mí alrededor, a ese cuarto tan familiar y nostálgico. El ocaso desciende por la ventana, marcando una sombra que rodea el cuarto como un manto de oscuridad. Mi sombra no se refleja.
¿Por qué habría de estarlo?
Estiro la mano. Se siente pesada-como si tuviera una pesa atada a mi brazo-pero logro levantarla y alcanzar la foto posada en el escritorio, uno de madera que me regalo mi padre cuando tenía dieciséis años. En aquel entonces estaba pasando por su fase de carpintero, recuerdo que estuvo dos semanas trabajando como loco en el cobertizo de atrás, tratando de que la madera quedara a su merced. Nunca le dije lo incomoda que se sentía o las veces que mi piel se rosaba con las astillas rezagadas, no quería hacerlo sentir mal e igual me gustaba la idea que lo había hecho por mí.
Luego mi atención se dirige hacia la foto, aun en su marco plástico pintado en ese rosado chillón que siempre odie pero que a mi hermana le parecía gracioso. En ella estamos los tres, mi padre, mi hermana y yo. Puedo sentir mi boca decaer cuando detallo la imagen. En ese entonces mi papa todavía tenía su barba, marrón como su cabello, cubriendo su cara. Recuerdo que mi hermana y yo lo molestábamos mucho porque nos daba picazón cuando nos besaba la mejilla.
No puedo evitar detallar a mi hermana, con sus ojos castaños como los míos y hasta el mismo color castaño de pelo. La gente solía decir que éramos como gemelas-a pesar de tener dos años de diferencia- aunque su cabello siempre fue un tono más claro, un detalle que repetía como cotorro cuando era pequeña.
Todavía puedo recordarlo. El día que estábamos en el patio y mama decidió que quería tomarnos la foto. Siempre fue una amante de las cámaras antiguas y hasta tenía su propia colección, decía que lo que le gustaba de las cámaras tradicionales, algo que los teléfonos no podían replicar, era el sentimiento de captar una imagen de forma real, sin ninguna limitación. Siempre pensé que era algo excesivamente poético viniendo de alguien que término siendo oficinista.
-Oye papa, voy a revisar el cuarto de Mari- Puedo escuchar su voz desde el piso de abajo. Es mi hermana, Alice. Escucharla hace que me ponga tensa, mis oídos reaccionando y agudizándose a sus pasos con cada crujido de los escalones.
Puedo sentir cuando llega hasta la puerta de la habitación, la madera de roble siendo lo único que se interpone entre nosotros. Me quedo quieta, aun cuando la puerta se abre y puedo verla entrar. Ha cambiado comparada con la foto. Antes su cabeza apenas me llegaba a la barbilla, pero ahora tiene mi misma estatura, haciendo que nos parezcamos aún más.
Cambio su peinado, ya no es esa melena de cabello que tenía que atarse en una coleta para poder jugar softball. Ahora tiene el pelo tan corto que apenas le llega al cuello y lo que más resalta de ella son los mechones pintados de verde hacia el lado izquierdo, el contraste entre ambos dándole una pinta de rebeldía. Siempre le gusto hacerse la fuerte aunque en realidad era la más sensible de las dos.
Le da una ojeada al cuarto cuando entra, como si estuviera buscando algo en específico. Debo admitir que el cuarto está prácticamente vacío. Aparte de mi escritorio, mi cama y mi estante el cuarto estaba inhóspito.
-Oh, aquí esta- la escucho hablar después de un segundo. Se acerca hacia el escritorio y hasta mí. La puedo ver más claramente con cada paso que da.
Le quiero decir algo, la quiero abrazar.
Pero su cuerpo se sobrepone sobre el mío, me atraviesa como si estuviera pasando por aire, como si no estuviera aquí. Pero lo estoy.
Solo que ella no lo sabe.
Se queda parada frente al escritorio, justo al lado de mí. Sus ojos están posados sobre el retrato mientras su expresión se diluye. Con ojos solapados estira su mano para agarrar el retrato, mientras que yo trato lo más fuerte que puedo de no gritar.
Yo sé que no importa si grito, no me oirá por más fuerte que lo haga. Pero no puedo darme el lujo de sentir esa frustración otra vez, de sentir que soy nada más un recuerdo para ella. Esa ira, ese rencor hacia el destino, he luchado por dejarlo atrás, por conformarme con verla a ella y papa de lejos.
En ese momento vuelvo a escuchar las pisadas afuera, y sin mucho preámbulo veo a mi papa entrar. Se ve prácticamente igual, aunque ahora tiene más arrugas, algunos pelos grises y se ha dejado crecer más la barba. Me muerdo el labio de abajo, con tanta fuerza que si estuviera viva probablemente estaría sangrando.
-Que buscas Alice?- Mi papa pregunta apenas entra y sus ojos recaen sobre mi hermana sosteniendo el retrato. Su expresión refleja la de ella, puedo hasta notar una pisca de remordimiento en ella. –Oh…disculpa, creí que había empacado todas sus cosas, hasta guarde sus medallas de atletismo ya-.
-Está bien, igual me la quiero llevar yo- Alice responde sacudiendo su cabeza. –A Mari le gustaba mucho este retrato…mama todavía estaba con nosotros en ese entonces-. El tono de su voz es bajo pero desgarrante, y puedo notar como papa se pone nervioso al escucharla. Nunca fue bueno lidiando con situaciones como estas, veo que todavía no ha cambiado eso.
Al final logra calmarse y reposa su mano en el hombro de Alice. –Tienes razón, hija- Sus ojos giran alrededor de la habitación, estoy segura que hasta palpitan un poco, como si estuviera tratando de no llorar. –Y pensar que ya han pasado dos años desde el accidente-.
Es verdad. Dos años. De verdad había perdido la noción del tiempo. Ya tengo dos años deambulando en esta casa, viéndolos desde lejos y conformándome con eso.
Pero ahora se van a ir, le dirán adiós a esta casa justo como le dijeron adiós a mama y a mí.
Igual sé que lo mejor para ellos es superarlo, sé que si los sigo a donde van solamente sería un espíritu ambulante, que mi presencia de alguna forma les impediría progresar. Quiero decir ¿Mama nos dejó progresar cierto? No recuerdo haberla visto rondando por esta casa como yo.
-Ya deberíamos irnos- escucho a papa decir mientras desliza su mano lentamente del hombro de mi hermana. –¿Te espero abajo?-
-Sí. Solo dame un minuto más- Alice responde y sin mucho titubeo mi papa procede a salir del cuarto, dejándola-dejándonos- en mi antigua habitación. La luz del atardecer sigue marcando su sombra. Se queda quieta, dudosa, como si todavía estuviera desafeando la idea de desprenderse.
Los segundos transcurren como horas en mi mente, puedo registrar cada detalle de su rostro. El tinte de rojo en sus ojos, las lágrimas que lentamente aparecen a los lados, la forma en que su cara se arruga como si estuviera tratando de impedir que algo que no deba salir salga. Sus labios, tan temblorosos como un edificio durante un terremoto.
Viendo eso, el cómo mi hermana menor estaba lentamente quebrándose, no podía evitar decir algo, aun si fuera en vano.
-Lo siento, Alice-
Algo paso en ese momento. Su cabeza se levantó, las lágrimas amontonadas en sus ojos derramándose inadvertidamente, y luego se voltio hacia donde estaba. ¿Me escucho?
¿Acaso puede verme?
No digo nada más, solo me quedo ahí esperando, esperando a que diga algo. Tal vez si me ve, tal vez por fin pueda hablar con ella, tal vez podamos ser hermanas otra vez.
La esperanza surge en mí, por fin, por fin tendré una oportunidad de estar con ellos otra vez.
Pero, así como surgió esa esperanza, rápidamente vuelve a desvanecerse. Alice suelta un suspiro y se vuelve a voltear.
No me ha visto, tal vez me escucho.
Tal vez me pueda volver a escuchar
-Alice!- grito desde lo más profundo de mi ser, rezándole a lo que sea que este viéndonos desde lejos que la permita escucharme. Pero no pasa, no se inmuta ante mis plegarias.
-Te odio.- la escucho murmurar y por un segundo pienso que me ha escuchado otra vez. Sin embargo, me doy cuenta que sigue mirando nuestra foto. –Siempre tenías que hacer las cosas a tu manera. ¿No podías si quiera tener una muerte normal cierto? Tenías que abandonarnos de esa forma-. Sus palabras me desgarran por dentro. Quiero poder hablar con ella, quiero hacerla sentir mejor, decirle que lamentaba haber salido ese día, que no debí haber discutido con ella.
-Y lo peor…lo peor es que nunca podre disculparme contigo-. Su voz susurra hacia la foto, lagrimas corriendo libremente a lo largo de sus mejillas. –No podremos volver a hablar, no me veras casarme, no estarás ahí para molestarme cuando no haga las cosas. Me ha costado mucho tener que seguir adelante y todo por tu culpa-.
Escuchando sus palabras puedo sentir un nudo en la garganta, no, por todo mi cuerpo. Estar inerte me llena de ira y frustración aún más.
Pero luego, Alice hace algo que no me esperaba. Lentamente pone la foto devuelta en el escritorio y se pasa las manos por los ojos para secarse las lágrimas. Su mirada no deja el retrato, pero ahora es diferente, como si estuviera deliberando algo.
-Aun así, por mucho que te extrañe, sé que tengo que seguir adelante-. Murmura con la voz baja, casi silenciosa, como si ella misma estuviera tratando de forzarse a tomar esta decisión. –Todos me lo dicen. Papa, mi terapeuta, ah tengo una terapeuta ¿no te lo he dicho? Y bueno, tal vez sea hora de que les haga caso-.
Y así, con un último roce de sus dedos por la foto, Alice se voltea y empieza a caminar por la puerta, atravesando mi cuerpo una vez más.
Ahí me di cuenta, viendo el retrato en el escritorio, de que de verdad se estaba despidiendo de mí. El nudo en mi pecho se aprieta. Sin pensarlo me volteo, mano estirada hacia su figura que lentamente se aleja. Quiero alcanzarla, quiero poder decirle algo, que me vea una vez más.
Pero sé que no puedo. En ese momento, cuando la tenía tan cerca que podía tocarla, mi mano se retrae y me quedo mirando su espalda, lagrimas corriendo por mis ojos. Ella está tratando de seguir adelante.
¿Quién soy yo para aferrarme a ella?
Alice posiciona su mano en la puerta y se voltea hacia mí, o más bien hacia lo que queda de mí, otra vez. –Te quiero, María. Juro que jamás te olvidare-.
La puerta se empieza a cerrar, lenta-casi que infinita-mente. Las memorias surgen en mi como un torrente de agua imparable, los días felices y tristes, las peleas y reconciliaciones, los momentos que creí que nunca se acabarían.
Recuerdos que, con el crujido de esa puerta de madera tan familiar, se acabaron.
Estaba sola en mi vieja habitación, mi única acompañante siendo el retrato que tanto anhelaba.
Era hora de que yo también siguiera adelante, aun con esa incertidumbre que lentamente me rodeaba. Sabía que tenía que seguir, por mí y por ellos.
-Yo tampoco te olvidare, hermanita.- Murmuro mientras las lágrimas siguen deslizándose de mis ojos. –Te quiero-.
Cuando digo esas palabras es como si un peso se me quitara de encima, como si ahora todo tuviera sentido. El cuarto a mí alrededor empieza a desaparecer y me llena la tranquilidad.
Y así por fin puedo decir adiós.